jueves, 30 de junio de 2011

SIN RETORNO

Un ciclista muere atropellado por un automóvil, pero el culpable huye sin dejar rastro... Al final, un hombre inocente acabará sentado en el banquillo de los acusados.

La madre del protagonista es una dentista que se debate entre la culpa y el deseo de proteger a su hijo, verdadero causante del luctuoso accidente


Una apacible noche, unas calles desiertas, un ciclista que regresa tranquilo a su casa. Por otra parte, dos coches cuyos conductores no se conocen. En ambos casos, muy despistados. En el primero, un hombre que regresa tarde del trabajo está cansado, distraído. Habla por teléfono, está fumando marihuana. Otro coche va a aparecer: al volante, dos jóvenes que han bebido y abandonan una fiesta para ir a comprar hielo. Sabemos que va a haber un accidente. Al final, estas dos historias paralelas concluyen en un hecho: el atropello del ciclista. El espectador conoce desde el primer momento quién es el verdadero culpable de la muerte del joven.

No hace mucho tiempo comentábamos desde esta sección otra película, La mujer sin cabeza, en la que también se atropellaba a un ciclista. Es curioso que la cartelera nos ofrezca, en pocos meses, relatos en los que además de encontrarnos con un ciclista atropellado, también nos encontremos con un dentista. En La mujer sin cabeza era la propia protagonista quien era dentista. En este caso, es la madre del verdadero culpable. Pero si en aquella ocasión hablábamos de desigualdades sociales, en este caso hablamos de tragedia individual, cuya causa es sencillamente el azar.

A medida que la película va avanzando, asistiremos a las consecuencias que este accidente va a tener sobre estas familias, que hasta ese momento vivían sus vidas, sin saber del drama del que iban a sufrir. Por una parte, nuestro protagonista, Leonardo Sbaraglia, un perdedor, será condenado y encarcelado. Por otro, el joven que realmente ha atropellado al ciclista, y cuyos remordimientos no le dejan vivir, terminará confesando el crimen a sus padres.

LA CULPA

Observamos cómo esta familia acomodada se enfrenta al problema, sus dudas, su culpa. A medida que va avanzando la acción vemos que la madre es dentista. Habíamos tenido una pista al principio de la película, una llamada telefónica, a la que la madre contesta: “¿una endodoncia?”, y nada más. Muy poco para sospechar que íbamos a tener otra vez a una actriz interpretando el papel de dentista.

Más adelante tendremos la ocasión de visitar su consulta. Como era de esperar, la consulta es magnífica, lo que nos hace suponer que es una muy buena profesional con elevados ingresos.

El hecho de que ella sea dentista o su marido arquitecto no tiene mayor transcendencia en el desarrollo de la historia. El director pretende mostrar sencillamente una familia de clase social alta y su progresiva descomposición, por un hecho fortuito que puede ocurrirle a cualquiera.

El tema que plantea la película puede y debe hacernos reflexionar. ¿Qué haríamos cada uno de nosotros ante una situación similar? Vista desde fuera la respuesta es muy clara, o al menos puede parecerlo: el comportamiento correcto, responsable, el asumir la culpa, es el que nos dicta la cabeza. Pero, ¿cómo actuaríamos si nuestro hijo pudiese ir a la cárcel? Al joven de nuestra historia nadie le ha visto. Nadie sabe nada. La policía ya tiene a “su culpable”. El padre de la víctima está satisfecho. Y nuestro hijo corre el riesgo de pasar años en la cárcel y su vida, que aún está empezando, nunca sería una vida normal.

¿Y nuestra dentista, qué papel tiene en todo esto? Es sólo una madre que se debate entre la culpa y el deseo de proteger a su hijo.

Lo que está claro, al margen del propio relato, es que cada vez aparecen más dentistas en las películas. Y hay que agradecer que sea así. Creo que el cine, que tan duro ha sido con nuestra profesión y nos ha tratado como sádicos o torturadores, empieza por fin a tratarnos con absoluta normalidad.

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